CUENTO DE NAVIDAD de Paola Lambertini / Dic- 2002
Acababan de empezar los días de Navidad y en
ese entonces me sentía vacío, extraño y muy raro, pero esa vez más raro que
nunca pues las Navidades anteriores no habían sido muy distintas. Hasta
entonces yo me había preocupado sólo de mí mismo, de mis cosas y de mi
felicidad. Pero uno de esos días fue el más triste de mi vida. Salí de mi casa
al atardecer y tristemente caminé por todo mi barrio hasta que llegué a las
faldas de la colina de nuestra tremenda ciudad.
Sentía que la colina me llamaba para que la
subiera y me puse a escalarla. Mientras caminaba se me fue quitando la pena e
iba pensando en lo que estaba ocurriendo en mi vida; quería saber por qué
estaba tan triste, pues yo mismo no lo sabía.
Yo no había tenido una vida muy buena, vivía
con lo mínimo pero siempre aspiraba a llegar a tener más artefactos modernos,
la última moda en ropa y hogar; pero como era pobre y en el trabajo nunca me
ascendían de puesto vivía frustrado y sin sentido de la vida; tenía una vida
monótona.
No tenía planes para el futuro, sólo vivía el
presente y lo que viniera lo hacía sin mucha conciencia y pensando sacarle el
máximo de provecho para mí, siempre para mí. Ahora que lo pienso bien, quizás
es por eso que me estaba quedando sin amigos y amigas, debe ser porque era muy
egoísta...
Reflexionando y reflexionando subía la
colina. Al llegar a la cima ya había hecho una pasada por todo lo que había
sido mi vida hasta ese momento. Al sentir el silencio que reinaba en aquella
colina y ver las estrellas que brillaban más que nunca, sentía pena porque era
Navidad y no tenía nada que ofrecer ni a mis padres a mis amigos (aunque no
tenía casi amigos). Sentía más pena aún porque en todo el año no había mejorado
nada en mí digno de presentarlo ante Jesús, me empecé sentir más mal y más mal
pues estaba arrepentido y no sabía cómo actuar durante todo el próximo año para
que no me ocurriese esta misma situación tan terrible.
Ocurriéndome esto, no sé si en sueños o en la
realidad se me acercó una persona de cara misteriosa, tenía el rostro bañado
por la felicidad, pero al verla con más detención pude ver que había pasado por
una pena muy grande. Sin intranquilizarme esta persona se sentó a mi lado y con
ternura me quitó la pena que tenía, contándome una triste historia que le había
ocurrido. Esta historia era muy parecida a la mía, pero mucho más terrible. Yo
le pregunté por qué estaba tan contenta, entonces ella me respondió que uno no
sacaba nada con apenarse tanto con los errores que uno cometía; lo importante
era intentar ser mejor en una próxima oportunidad que se presentase.
Entonces ella me llevó al otro extremo de la
cima de la colina donde se podía ver nítida la enorme ciudad. Allí ella me
habló y mostró los lados opuestos de la ciudad; primero me contó cómo vivía la
Navidad la clase alta de la ciudad, con sus ropas y comidas elegantes; pero
luego me mostró la clase baja de la ciudad, me mostró gente mucho más pobre y
desdichada que yo. Me dio tanta pena al ver la penosa forma de cómo pasaban la
Navidad que me dieron unas inmensas ganas de ayudarlos.
En ese mismo momento miré a mi lado y mi
acompañante se había ido; miré a todos lados para buscarla y al mirar al cielo
una estrella fugaz atravesó toda la ciudad de norte a sur, partió del lado rico
de la ciudad hasta el lado pobre de la ciudad, como diciendo que los más ricos
deberían ayudar a nuestros hermanos pobres.
Ya tenía claro lo que iba a ser mi vida de
aquí en adelante, ayudar a los necesitados y no preocuparme tanto de mi felicidad,
sino de la felicidad de los demás.
Bajé la colina y al caminar por mi barrio se
podía ver a la gente feliz de la vida compartiendo con sus familiares.
Al entrar a mi casa me senté en mi escritorio
y organicé las actividades de ayuda a los más necesitados para realizarlas
durante todo el siguiente año. Me quedé toda la noche pensando y trabajando. Al
otro día caminé por los barrios más pobres haciendo entrevistas a la gente para
saber cómo ayudarlas.
Así comencé a trabajar y a conseguirme pitutos,
gente que quisiera ayudarme a trabajar y empresas que quisieran donar plata.
Llegó de nuevo el día de Navidad y esta vez
me sentía feliz, muy feliz, porque veía a la gente que antes había sido
desdichada y triste ahora contenta y agradecida.
La misma noche de Navidad, al acostarme, tuve
un sueño muy lindo. Soñé que subía de nuevo a la colina y al estar sentado miré
a mi lado ví a otra persona junto a mí. Esta persona me hacía recordar a
alguien. Al mirarla bien, ví que era yo mismo hace un año atrás. Me veía
triste, con una cara melancólica y con las manos vacías. Al dejar de mirar mi
yo antiguo me miré de nuevo a mí y ví en mis manos un cofre de oro,
inmediatamente cruzó una estrella fugaz y se formó una gran puerta en el cielo,
luego esta puerta se abrió y apareció la Virgen con el Niño Jesús. La Virgen
miró a mi yo antiguo y le preguntó qué tenía para ofrecerle a su Hijo. Mi yo
antiguo mostró sus manos que estaban vacías. Luego la Virgen me preguntó a mí y
yo le pude ofrecer mi cofre. Ella lo tomó y se lo dio a Jesús. Jesús lo miró y
al abrirlo salieron estrellas brillantes que iluminaron todo el cielo. Jesús
luego me dijo: "Has obrado bien, pues estas estrellas representan el amor
por el ser humano".